Cuando los Líderes se van

A propósito de muertes súbitas, por enfermedad o violencia, de líderes en diversos campos de la sociedad (para citar dos casos, Steve Jobs de Apple en lo empresarial y Alfonso Cano de la FARC de Colombia, en lo político) y adicionados al cáncer -unos terminales, otros en desarrollo- de líderes políticos -unos vigentes y otros ex- de Fidel Castro en Cuba, Lula da Silva y Dilma Rousseff en Brasil, Hugo Chávez en Venezuela, René Préval en Haití, Alberto Fujimori en Perú y Fernando Lugo en Paraguay, surgen interesantes inquietudes acerca del liderazgo.

Ello, al margen de si fungimos como defensores o acusadores o conceptuamos que afectaron empresas o conglomerados; o antes por el contrario, si beneficiaron con sus ejecutorias.

De antemano es justo dejar sentado que estos análisis conllevan la probabilidad (alta) de tocar fibras sensibles de aquellos perjudicados en cualquier forma por un liderazgo funesto, o confiscados sus bienes, o exiliados so pena de ser ajusticiados, o secuestrados en los peores casos o disminuidos en sus libertades políticas o económicas, cuando no despojados de sus patrimonios. Peligro constante para el lector, al estar en juego tantas emociones pasadas y presentes.

Empero, el liderazgo como concepto debe estudiarse y analizarse de múltiples maneras, para quizás con ello entender el devenir de las civilizaciones. En este aspecto, los líderes son producto de la situación o circunstancias mas también ellos las crean (Napoleón decía: ¨yo hago mis circunstancias¨), para luego, en un momento de su historia ser reemplazados fuere democráticamente o por muerte, violencia -o en el campo en que nos movemos-, por crisis empresariales.

Aquella frase de que todo hombre es reemplazable y que nadie se considera indispensable hay que tomarla con pinzas pues si bien cierta, la rapidez con que los cambiamos no es la misma en todos los eventos. Reemplazamos un copartidario político mas fácilmente que el dirigente u orador de plaza pública cuyo mensaje cala profundo; o al operario de planta mucho mas ágilmente que al vicepresidente financiero; o mas fácil al feligrés que asiste a diario al oficio que al Pastor internacional. La jerarquía es directamente proporcional al valor del hombre para su respectivo grupo.

De otra parte, no existe labor mas dura que dictar sentencia al líder desde el ángulo ético-moral ya que los juicios de valor están a la orden del día dependiendo de quién lo emita y de su conexión personal con el capo fuere como víctima o beneficiario. En este orden, es un imposible moral pedir objetividad a aquellos que han sufrido un liderazgo cuestionado y que les afectase a cualquier grado en su vida, honra y bienes. Mas también ingenuo solicitar al seguidor que haga desaparecer el vínculo emocional -muchas veces visceral- que mantiene con aquél en quien cree. Dejar de acatarle será decisión personal suya. Ni siquiera las guerras o los conflictos empresariales lo han podido conseguir. 

Pero cuando dejamos de lado -por un instante- la finalidad de cada líder y estudiamos su mando en forma abstracta, es decir, como teoría del manejo de grupos es mas fácil. Por eso es imaginable situar en la misma cama a figuras tan disímiles como San Pablo (el gran organizador de la Iglesia Católica, recordado en cada misa dominical y estudiado en escuelas de liderazgo) y a Hitler, con su locura del Nacional-Socialismo; A Atila el Huno, quien hizo temblar a Roma (¨donde mi caballo pisa no vuelve a crecer la hierba¨) con Lenin (el máximo bolchevique y su fallido sueño soviético); o a Bill Gates de Microsoft parangonado tantas veces con Alfred Sloan de General Motors quien se destacó pero cincuenta años antes. Dirigentes que jamás concordaron en tiempo ni lugar pero sus actuaciones -políticas o empresariales- permiten diseccionarse como si fuese hoy.

De otra parte, la ligazón del jefe con sus dirigidos, llámese pueblo, clientes, empleados, copartidarios o la masa tiene como característica fundamental esa línea emocional -denominada rapport por los franceses- fuerte, cual soga de barco que lo enlaza a sus seguidores y que trasciende organizaciones, muchas veces fronteras. A ser buenos líderes aspiramos todos; llegan los menos. Aquellos lo consiguen; la mayoría, no.

Tan es así que uno de cada cinco seres humanos tiene características de liderazgo; uno de cada diez las pone en función; uno de cada 100 se convierte en líder notable de su localidad; uno de cada mil deviene en líder nacional; uno de cada diez mil en líder internacional  y uno de cada cien mil en líder extraordinario cuyo mensaje se propaga a países y en diferentes épocas. Desde los albores de la humanidad ha sido la constante y no ha existido una sola tecnología que modifique esos guarismos. 

Por lo mismo, no extraña la pregunta que se formula tanto el seguidor como el adversario, el observador neutral como el estudioso: ¿Habrá FARC para rato, después de esto?; ¿resistirá Apple la futura competencia? Inquietudes sin respuestas exactas.

Concluyendo, los líderes notables -en cualquier campo- son exactamente iguales a los demás seres humanos en todos los aspectos salvo en uno: ellos nacen, crecen, se desarrollan, llevan a cabo su labor dejando su huella, envejecen y mueren (en paz o con violencia).

En lo que son distintos es que rara vez se alejan del todo. Los cuida, protege, distorsiona, exagera o magnifica su leyenda.