Internet: La Sutil Aplanadora

Escribir sobre internet, su grado de importancia y de cómo ha modificado al mundo no es noticia. Tampoco lo es la revolución producida en los hábitos de consumo, la interrelación humana, el desarrollo científico y su correlativo influjo en los agentes económicos. Fuerza y energía extraordinaria sobre la cual todavía no precisamos su rumbo a carta cabal.

Incidentalmente, la Red altera de manera estructural la educación, la conducta humana, la arquitectura citadina, los sistemas de comunicación, la publicidad, la organización gubernamental, la familia, la banca, los servicios públicos, la salud; hasta la lectura y escritura, pasando por los diálogos y el amor. En su conjunto, nada escapa de ser tocado por la varita mágica del ciberespacio, lo cual se incrementará de acuerdo a gurús previsores, quienes avizoran que para cada generación (15 años) lo que llegará es y será absolutamente diferente del legado que hereda la última.

En igual medida, el mundo empresarial -en cuanto a estructura y organización- no ha sido inmune al internet y lo que antes requería ingentes esfuerzos de empleados, operarios y directivos se realiza hoy con menos pero más productivos individuos, con mínimo esfuerzo respecto a épocas no tan lejanas. Los ejemplos abundan:

En la segunda mitad del siglo pasado, la General Motors Corp, empresa insigne del capitalismo norteamericano llegó a tener 25 niveles de dirección entre el menor rango de sus trabajadores (operario de base) y el mas alto (presidente de su junta directiva). Hoy, una empresa similar como Toyota Motors Corp. de Japón, produce la misma cantidad de vehículos al año, con la mitad de los operarios de planta y al igual, con menos del cincuenta por ciento de aquellos niveles directivos, con tendencia a la baja.

Otro caso notable, las comunicaciones. Hasta hace nada, el celular, la agenda electrónica, el GPS (localizador satelital), el reloj despertador, el radio, el MP3, la TV y el PC (portátil o de escritorio) -incluidas la revista y la prensa del día- eran artefactos totalmente independientes y si el individuo lo deseaba debía poseer uno de cada uno -recordamos infinidad de artículos de prensa y revistas gerenciales acerca del peso físico de los portafolios ejecutivos-. En la actualidad, el último Smartphone (o Iphone o Ipad, da igual) los aglutina en un solo medio electrónico que cada vez pesa menos, con la promesa que los de mañana vendrán con mas funciones pero ultralivianos.

¿Y qué tal el sector salud? Una ambulancia de una gran metrópolis, en el trayecto entre la residencia del enfermo y el hospital mas cercano (sabe cual será aquél, porque el GPS le avisa), investiga qué medico lo trata, qué dolencias aquejan de antemano al paciente, cuales sus medicinas prohibidas, dolencias cardíacas, avisan a su galeno -quien a propósito, juega golf para ese instante- notificando de paso a su seguro médico y pre-configuran la orden de ingreso -todo en minutos- sin que nadie haya firmado el mínimo documento ni que la ambulancia se haya detenido salvo por el denso tráfico. Al llegar al hospital todo está dispuesto, no se pierde un segundo; y se salvan miles de vidas.

Apenas la punta del iceberg de lo que ocurre en el mundo actual con un solo factor causante, la fusión computación - internet.

De otra parte, al interior de la empresa la revolución transcurre silenciosa pero intensamente, a cualquier nivel: menos relaciones verticales y mas horizontales; menos jefes directos y mas indirectos; mayores relaciones con individuos fuera de la empresa y menores al interior; mas alianzas estratégicas donde el empleado es ficha clave, mas relaciones internacionales, mas asesoría externa. Por su parte, el ejecutivo joven deberá aprender de todo, a relacionarse mejor, ser al menos bilingue, materia dispuesta para laborar fuera de su ciudad y país, vivir prácticamente montado en el avión, con la maleta lista; y sin olvidar los varios jefes al tiempo a quienes reportar diversas actuaciones.

Internet es la gran protagonista, porque una vez consolidados los computadores de escritorio y portátiles (en los años ochentas), el paso siguiente fue conectarlos en grandes redes. El resto es historia. Pero en el proceso de alcanzarlo replanteó la visión empresarial, ¨aplanando¨ los organigramas haciéndolos prácticos, con estructuras a veces circulares o en forma de red (de ameba, sin formas fijas, dirían algunos otros). Esto -contrario a temores iniciales- ha fortalecido al empleado, quien pasó de destinatario de órdenes a generador de datos que al procesarlos lo tornan en guardián de información, su objetivo primordial.

Bajo esta óptica, el futuro se presenta brillante empero desafiante. Conseguirá (acontece hoy pero se potenciará) que el conocimiento sea un bien a adquirir de acuerdo a la ley de oferta y demanda; que el empleado capaz sea apetecido por grandes compañías -los mejores salarios están y estarán en manos de ejecutivos creadores y a cargo de Tecnologías de Información en casi todos los países, desarrollados o en vías de serlo-.

Y el progreso en sí de la Red será un reto descomunal para gobiernos y empresas -evocamos la lucha entre Google y el gobierno chino por la libertad de contenidos; la de Microsoft con el gobierno norteamericano por el monopolio del software; la de poderosas casas disqueras contra genios adolescentes como Napster, Ares y Limewire; la de gobiernos aliados contra el derecho de Wikileaks a informar y ser informado; la de blogueros independientes contra el férreo control de la información, caso Yoani Sánchez y el régimen cubano; el papel de Twitter en la reciente revolución de los países islámicos -la primavera árabe-; el movimiento contra las FARC de Colombia, liderado a través de Facebook y el cual levantó a millones de ciudadanos contra la violencia. La lista, interminable.

Pensar que todo lo iniciaron ​dos universidades vecinas en USA, interesadas en compartir información científica. Por lo conseguido en setenta años vamos bien, si lo proyectamos en nietos y bisnietos.