La globalización, ha sido responsable que en cualquier lugar del orbe podamos
recibir o despachar prendas, muebles o artículos que jamás se hubiesen
considerado posible hasta fechas recientes. Incluso empresas especializadas en
el mercado de carga hacen factible hoy que un cliente acuse recibo -en menos de
una semana- de compras ordenadas en las antípodas de su domicilio, a tarifas ínfimas con relación a años pasados.
Mas no es el único factor. Son variados: desarrollos como internet y las compras
en línea lo catapultan;
el establecimiento de tiendas y marcas de prestigio en capitales emergentes y
florecientes -Tokio, Shanghai, Singapur, Kuala Lumpur, Bangkok, Vancouver, Seúl, Hong Kong, Hawai, Sao Paulo-; el
desarrollo de la clase media mundial; la homogeneización de los gustos efecto de las
comunicaciones; la "bajada de nivel" de la alta costura haciéndola asequible a las masas; la copia de
costosos originales en países de Oriente; la
piratería electrónica en todos los estratos socioeconómicos con productos de sorprendente
calidad.
Sin embargo, detrás del mercado del lujo se esconden -también- fuerzas sicológicas ya fuese por imagen personal,
arribismo, deseos de ostentar, derroche, resentimiento social, "el
comprar" prestigio, ahondar la separación entre clases sociales, discriminación y símbolos de poder. La
proliferación de logos en
prendas y artefactos está a la orden del día y basado en ello se labran inmensas
fortunas en sectores industriales o comerciales. Los vendedores del lujo lo
saben, explotan y persiguen. Simplemente reman a favor de la corriente (obvio
que con sumo agrado) hacia clientes cuyo objetivo primordial sea gastar.
De igual modo, el lujo muestra ángulos inesperados donde incluso
trastornos de personalidad muestran sus facetas. Veamos:
Coleccionistas de ropa en Tokio, quienes
invierten grandes sumas en prendas que jamás usarán -solo
contemplarlas- pero devengan salarios bajos; compradores de palos de golf de
marca en USA, que rara vez han jugado pero son furibundos admiradores de Tiger
Woods; desempleados de Hong Kong, que gastan los pocos ahorros que todavía le restan en costosas fragancias que no
consumen por temor a que se terminen; jóvenes que no utilizan la cocina en sus apartamentos de Bangkok por
miedo a que los olores emanados de ella afecten sus muebles o vestuario;
millonarios de Dubai que almacenan Ferraris, Porches, Bugattis y Lamborghinis
sin tiempo de manejarlos y por ende, lo hacen sus empleados; pelotas
autografiadas de béisbol o fútbol que cuestan millones de dólares, exhibidas en vitrinas de mansiones
o escondidas en un sótano de Hawai.
En otras ocasiones, es la misma sociedad la
que lo alienta. En China, trabajadoras internas como enfermeras, operarias de
planta o personal doméstico, salen en sus
días libres vestidas
con exclusivas piyamas de dormir y transitan por centros comerciales, subways y
autopistas, para que los demás sepan que el día les pertenece y pueden ataviarse como
quieran. De ahí a que dicha piyama
sea de una u otra marca de prestigio hay un solo paso. Importa poco que el
sueldo no alcance o se consuma en eso.
En Europa, pasando a otro ambiente, a
acaudalados turistas venidos de Asia les está prohibido adquirir -por cantidades- bolsos o carteras Vuitton,
Cartier, Chanel, Prada, Bulgari, Gucci, Dior o Versace y solo les permiten una
o dos unidades por persona. Con todo y eso, hay que resaltar que las filas de
asiáticos están en las puertas de esas tiendas desde
bien temprano cada mañana parisina,
madrileña o milanesa.
No obstante, como para los hombres de
negocios -maestros del vender- todo tiene solución, hábilmente se han
trasladado a los países de origen de
tan ávidos compradores e
instalado inmensas fábricas con mano de
obra local, generando de paso empleo pero a costa de salarios bajos en
comparación a sus sedes,
llegando a consumidores finales que carecen de medios para viajar a las grandes
capitales europeas y americanas. Así, el ciclo recomienza cada año, con más clientes a nivel
mundial que antes.
Difícil distinguir hasta donde el afán de poseer artículos o bienes de
lujo sea o no inducido, pero el hecho cierto es que mueve masas y que al final
del día marcara dólares en las cajas registradoras de los
establecimientos de comercio. Porque una de las fuerzas emocionales que rigen
el mercadeo y las ventas es generar sensación de escasez, la cual puede ser objetiva -temor a guerras,
hambrunas, pobreza- o subjetiva -adquirir lo que no tienen los demás por deseos de sobresalir-.
Para comerciantes hábiles se vuelve una veta de oro; y si les
tocase inventarse colecciones exclusivas, ediciones limitadas o producciones
sobre pedidos lo harán sin pausas.
Testigos de excepción de lo citado lo
conforman los magnates petroleros de Europa del Este, la mafia rusa, los jeques
árabes de emiratos
rodeados de pobreza, o narcotraficantes y lavadores de dinero venidos a más.
El mercado de artículos de lujo (si estos son realmente auténticos es secundario para muchos),
aumentará con los años, vía progreso económico de los países, la fuerza de las clases media o
emergente y el abaratamiento de bienes mediante la tecnología. Es el insaciable encuentro de una
necesidad generada en un grupo de personas (manejo del ego, diferenciación) con empresarios en capacidad de
satisfacer dichos gustos a muy alto precio.
A todas estas: ¿que opinan sobre el lujo las altas clases sociales del mundo?
No les preocupa en absoluto ya que son
conscientes que el hábito no hace al
monje, aunque ellos mismos vistiesen de jeans, tomasen taxis o viajasen en
clase económica.