Conforme el mundo se desarrolla se hace complejo y una de sus manifestaciones es la especialización de empresas, procesos, profesiones, asociaciones, regiones e incluso países. Lo que antes era manejado en pequeña escala y considerado normal, ahora sería poco menos que impensable.
Apoyados
en la Historia, rememoramos que en la Edad Media los castillos feudales eran
autosuficientes y sus moradores jamás los abandonaban salvo para
la guerra, proveyendo internamente lo necesario para el sustento. Sus
pobladores sembraban, recogían cosechas, producían alimentos, bordaban telas para su vestuario, procesaban
aguas y residuos de modo tal que el mundo se iniciaba y terminaba
-literalmente- en el castillo. Hubo millones de personas quienes nunca
conocieron la parte exterior de su fortaleza sin, paradójicamente, jamás haber estado presos; en
suma, entendían el mundo en cuatro paredes.
Posteriormente
en la sociedad preindustrial, los campesinos son transformados en incipientes
obreros, al encontrarse bajo un techo común y por vez primera dejan de
producir prendas completas para subdividirlas en partes, lo que origina un
proceso de producción antes desconocido, sin ayuda
tecnológica.
A partir
de allí y con el descubrimiento en
Inglaterra de la máquina de vapor (James Watt),
la sociedad recorre un rápido proceso de mecanización con el pulular de telares, barcos a vapor, trenes y tranvías -hijos naturales de la máquina
a vapor- lo que revoluciona todo. Albores de una tendencia modernista, avasallante
desde entonces.
En tal
orden, a comienzos del siglo XX el desarrollo se potencia por nacientes técnicas de producción, como la cadena de montaje
de Henry Ford y de máquinas industriales, las
cuales muestran cómo a medida que el obrero
ejecuta una sola labor coordinada con otros (al mando de un supervisor, obvio),
el producido diario supera docenas de veces el individual.
Turno
para las teorías de Taylor y Mac Gregor
sobre productividad y esas directrices disipan dudas acerca de que la especialización será la panacea.
Sin
embargo, durante el ciclo de convertir a este campesino, ese hortelano o aquél siervo analfabeto en obrero especializado, se fueron
diluyendo otros aspectos fundamentales como la visión de conjunto y el conocimiento de áreas relacionadas. Porque el desarrollo tecnológico del siglo XX llevará
la producción a otro nivel. Simultáneamente, las universidades responden al desafío planteado por las innovaciones y desarrollarán carreras derivadas para acomodar necesidades sociales y económicas con un perfil humano acorde.
Se
transita así -paulatina pero
consistentemente- desde las facultades de ingeniería, economía o medicina hace tres siglos
(por citar tres) hasta los cientos de carreras conocidas de hoy.
Surge una
pregunta: a lo largo de este recuento, ¿es dable pensar que se nos
haya perdido algo en el camino? la respuesta es un rotundo sí.
Cuando un
profesional se especializa (llámese master, doctorado o
diplomado) corre el riesgo de desarrollar la llamada visión de túnel,
consistente
en dominar a fondo un campo y ser neófito en los demás. Algo similar a la definición
coloquial de periodista pero en sentido inverso: "un mar de conocimientos
con un centímetro de profundidad".
Ambos enfoques peligrosos si el individuo no pusiese de su parte.
Nos
apresuramos a anotar que para analizar la dicotomía
especialización-integración no existen patrones fijos ni rígidos y dependerá del individuo, de sus
valores, creencias y formas de apreciar la existencia. El decidirá si basta una especialización
profunda -sin lateralidad- o sentarse frente a un mar sin fondo pues con ambos
extremos sufriría. Y aunque las respuestas
absolutas son arriesgadas es interesante analizar enfoques.
Hasta
hace poco, las empresas de países desarrollados preferían especializados por encima de generalistas (humanistas)
pero en los últimos años hay tendencias en sentido opuesto. Asumiendo que el
avance tecnológico es y será extremo y que no volveremos a la sociedad preindustrial,
crece la valoración y visión (integradora, totalizante) del humanista. Util para la
vida, válida para cualquier proceso
interno.
Tampoco
proponemos retornar al hombre del Renacimiento con su saber universal -la
globalización requiere especialización y es indispensable factor de progreso- mas sí conviene interesarse por áreas
ajenas al enfoque individual pues procurar amplios conocimientos hará manejar mejor lo dominado.
La
siguiente anécdota, muestra palpable de lo
citado:
Hace
poco, un ejecutivo importante de una multinacional nos contaba que en un
seminario de altísimo nivel al cual asistió, se inquirió a los presentes sobre cultura
general mediante un cuestionario (indagaba, entre otros, por literatura, música clásica, ciencias sociales, arte,
política, periodismo, historia,
lingüística, marginalidad,
movimientos religiosos), con pobrísimos resultados para el grupo
de empresarios, auténticas estrellas en sus
respectivas esferas.
Campanazo
de alerta para ejecutivos cuyo 100% de la jornada lo ocupa su compañía, la penetración en los mercados, cifras y
tendencias al centímetro y estado de resultados
financieros. Para muchos, lo demás (incluida familia y amigos)
casi no cuenta.
Lo
interesante para el especializado, es convenir que acompañarse de un conocimiento integral traerá beneficios al trajinar diario y mejorará su visión, capacidad comunicativa,
identificación con ejecutivos de otras
culturas, clientes y comunidad. Asimismo entenderá
mejor a sus conciudadanos.
Inaudito
pensar que en este siglo XXI el conocimiento no se especialice, mas cierta
dosis de humanismo, integración y familiaridad con aquello
en que no somos ni amos ni señores -concepto heredado del
feudalismo-, es otra vía donde obtendremos respuestas
que conduzcan a terrenos exitosos y a una plena vida ejecutiva.