Oímos hablar -más de lo deseable- del sentido de pertenencia hacia algo o de alguien, sin que sepamos con certeza de qué trata el asunto. Miremos de cerca.
Sucede en
el hogar, colegio, universidad, empresa, ciudad, provincia o país de donde provengamos o pertenezcamos. Lo escuchamos idem,
emanado de empresarios, políticos, sacerdotes, cívicos, deportistas, maestros, líderes o jefes. Y enseguida surge la inquietud: ¿por qué es tan importante dicho
sentido? ¿será de pronto el sexto?
Desde los
albores de la civilización, el hombre, por instinto básico, necesitó pertenecer a la manada o al
grupo primario con el cual convivía, el que le protegía de un medio ambiente atemorizante, fieras salvajes,
climas inhóspitos y calamidades de toda índole. Lo gregario y asociativo le acompañó a diario, tan profunda como poderosamente. Quizás -unido al instinto de supervivencia y el sexual- lo más poderoso que existe. De entonces a hoy nada ha cambiado; nos comportamos igual que en la
caverna.
En ese
orden, tanto para la antropología como la sociología, la capacidad asociativa del hombre en su devenir, ha
sido motor, protector y fortaleza permitiéndole progresar. La
indiscutida sensación que la vida se nos hace
imposible solos, nos concientiza de nuestra pequeñez
y acicatea para trabajar en equipo realizando excepcionales cometidos siglo
tras siglo.
Ahora
bien ¿cómo explicar que algunos individuos lo posean a escala
superior y otros ni siquiera se den por enterados? Existen comunidades donde el
tema es obvio y forma parte de la psiquis colectiva (lo consideran natural),
mientras que en otras latitudes se hacen imperiosas, sucesivas campañas para que sus miembros se involucren, hecho que
escasamente reflexionan sus mentes. Quizás constituya auténtico misterio y lo más que pueda hacerse es
procurar comprender.
Los
grupos intermedios o pequeños con que nos topamos
reflejan esa realidad. Trátese de la compañía para la cual laboramos, del club social, del equipo de
los amores, la universidad, el colegio, la barra de amigos, la iglesia del
barrio, el grupo de jardinería u obra de beneficencia a la
que nos unimos, reflejan influencias -en mayor o menor proporción- según el grado de pertenencia de
cada uno de sus asociados.
Ciertamente,
es complejo explicar la vivencia de "pertenecer" la cual sería, en unos casos, motivadora si fuésemos excelentemente tratados, con apertura intelectual y
emocional de los líderes y afecto de los antiguos
mediante labores enaltecedoras; o por el contrario desmoralizante, si se nos
cerrasen puertas, nos entorpecieran al contribuir o dificulten la tarea, en
ocasiones con sutileza, en otras con zancadillas sicológicas o simplemente porque algunos conceptúen que no formamos parte de su entorno.
En
incontables oportunidades todo está servido para hacer la mejor
tarea, recibiendo máxima cooperación y a pesar de eso, percibimos que no encajamos sin
explicarnos el motivo. Es cuando el sujeto debe analizar si su objetivo
personal concuerda con el grupal, si la meta trazada (real o imaginada) se
estrella con la de aquellos; o simplemente lo frustra lo que emprende.
Momento
para retrotraer consejos de abuelos, padrinos y asesores cuando aconsejan:
"haz aquello que te haga feliz, porque al trabajarlo sentirás disfrute". Lo anterior se aplica para cualquier
labor e influirá en su sentido de pertenencia.
Qué duda cabe que acometemos con
extrañas ansias lo que produce
satisfacciones, sonrisas, felicidad, alegrías, motivación, o simplemente percibiendo que estamos haciendo algo útil por los demás, lo cual merece el mejor
esfuerzo.
Cuando
indagamos por qué el multimillonario dedica el
ocaso de su vida a trabajar con ahínco por una organización sin ánimo de lucro -en la cual
invierte las mismas o superiores horas de trabajo que antes en su actividad-
sabemos que responde a su satisfacción por el logro, a trascender
por encima de cientos de millones de dólares ganados, quizás persiguiendo inconscientemente ser recordado por sus congéneres por aquello que realmente ejecutó con ellos en mente.
Lo vemos
a diario en galardonados ejecutivos retirados, luchando por el parque infantil
de la cuadra; o la construcción de una pequeña escuela para niños de escasos recursos; o la
consecución de fondos para el hospital
comunal; o la inauguración del campo de fútbol en zona marginada; o el bazar para obras de caridad
organizado por señoras de alto estrato.
Poseemos
el sentido de pertenencia en germen, mas no surge en todos ni forma parte intrínseca de la vida de algunos. Luchar porque tal espíritu aflore y permita fortalecer al grupo en que nos
movamos -y por extensión al de la comunidad- debe ser
un objetivo. En ocasiones aprenderemos de quienes nos lleven ventaja y lideren.
En otras, nosotros seremos los llamados a señalar
rutas a quienes vengan detrás.
Recordemos
que el liderazgo empieza con un pequeño paso y el de la pertenencia
también; ojalá el tuyo sea ahora mismo.