La Delegación de Autoridad

Delegar eficazmente, ha sido de las mayores metas de cualquier dirigente empresarial, político, cívico o militar a través del tiempo. Situada a medio camino entre la habilidad y el arte, entre lo adquirido y lo innato, es de aquellas características que lleva a los grandes a la cima.

Encontrar el punto exacto hasta donde ceder el mando y cuando controlarlo hace del delegar algo complejo, peligroso a ratos y permanente indicador de prudencia al ejercer la función.

De otro lado, se dice que el concepto de delegación es arte reservado a muy pocos; nada sencillo de perfeccionar cual manifestación diestra que se respete. Pero igualmente válido precisar que se puede aprender -no sin esfuerzos- mediante técnicas tanto empresariales como humanísticas.

Como primero habría que aceptar, en gracia de discusión, que alguien distinto al delegador pudiese realizar una labor, en unos casos igual, en otros quizás mejor. De no darse tal convicción a nivel personal -interna, profunda- es casi imposible avanzar. Es un estado sicológico y emocional donde debe ponerse el ego a buen recaudo si se quiere sobresalir. Porque el tiempo liberado permite realizar otros cometidos acorde a la jerarquía o en la cadena de mando del conglomerado en que toque desenvolverse.

Segundo, existen técnicas adquiribles mediante las cuales la delegación se facilita, como podría ser la planificación minuciosa de proyectos, el número de reuniones de control, las mesas redondas de seguimiento, evaluaciones parciales, la entrevista a personas a quien el delegado coordine, la retroalimentación y tantas otras.

Las limitantes serían atribuíbles a fallas de supervisión y control. Por eso delegamos la autoridad mas nunca la responsabilidad y el máximo dirigente es directo causante de lo que anduviese mal, ya que su visión pudo prever lo que acontecería y además dispone de herramientas protectoras de verificación. Otra cosa fuera que no las utilizase.

Un tercer peligro es el propio yo, al ensombrecer (a sabiendas o involuntariamente, para el caso lo mismo) la labor del delegado, en pos de reconocimientos y méritos que le pertenecen y que al arrebatárselos lo desmotivaría, de tal suerte que la calidad del episodio se iría a pique. En consecuencia, el subalterno preferiría recostarse en el jefe -o en un tercero- si a fin de cuentas su trabajo poco valiese a ojos de quienes juzguen. Cunden los ejemplos.

Incidentalmente, no siempre la delegación es expedita, clara y completa. Hay momentos en que no se publicita ni es llamativa ni popular mas sí definitiva, como cuando el soldado protege en el frente de batalla las espaldas de sus jefes; o el trapecista intermedio entre un peligroso acto y el siguiente; o los ayudantes del médico en el quirófano. Los jefes ven y confían mas no actúan. Nunca la frase "pongo mi vida en tus manos" cobra mayor vigencia.

Los efectos positivos de una delegación sobresaliente son de todo tipo, desde descanso para quien delega, reconocimiento (a nivel político por ejemplo, el máximo honor es ser delegatario de un país), pasando por alta eficiencia a nivel colectivo o ascensos y honores individuales o grupales. Un equipo humano bien delegado impacta, genera cohesión y refleja una de sus mejores ventajas: destacarse rápido sobre sus congéneres.

Por el contrario, la delegación incompleta desgasta al dirigente o líder, recarga sus funciones, acumula labores improductivas o erradas y conlleva resultados negativos. Inadecuada delegación implica desmotivación y desánimo al interior del equipo de trabajo. Responsable, quien la ordena.

Concluyendo, la autoridad es signo distintivo del jefe por lo que delegarla debe preocupar lo suficiente para acertar. Si se triunfa habrá ventajas de todo orden y si se sucumbe los problemas estarán a la vuelta de la esquina. Debe haber conciencia que si bien el estilo de dirección deriva de la personalidad su nivel de delegación también.

Depende de sí, de su arte y de su ciencia. Necesitará de ambas para demostrar su valía.